Darío Sztajnszrajber en siete temas: «No hay nada natural, todo es político»

 Darío quiso abrir la cancha para la filosofía. Comenzó sacando a sus alumnos del aula, ganándose la reprobación de las autoridades del liceo. Caminando, sabía, las ideas se oxigenan. Luego, no tuvo ningún asco en probar con los medios. Bilardista como es, apostó a ganar como sea. Creyente de que no hay un «afuera» del sistema, se metió en su corazón y le habló de frente a la cámara. Golazo. Se había convertido de pronto en una especie de rockstar de la filosofía. Miles de reproducciones en youtube, teatros repletos para escucharle mezclar a Foucault con Spinetta, libros en el top ten de ventas. Pero a lo Estudiantes de La Plata, Darío no se compra el triunfo, porque sabe que siempre es parcial. Que hay que cuidar el resultado: entonces juega pausado, tantea al rival, espera el minuto ’90. Tanto en el fútbol como en la vida, el último pitazo no perdona. Fin del partido. Uno a cero.



Paternidad y Feminismo

 

-Has sido uno de los más fervientes defensores de la revuelta feminista, ¿cómo vives tú, en tanto varón y padre, la deconstrucción?

 

El lugar que tiene que ocupar el varón en los procesos de deconstrucción de la sexualidad y de la identidad en general, es el lugar de aquel que tiene que empezar a reconocerse parte de una estructura dominante. Los que abogamos por el peso que tiene la estructura en la determinación de la subjetividad entendemos que uno vive ahí una tensión. Como varón, como padre, sos parte de aquello que tú mismo quieres deconstruirPor lo cual se vuelve urgente deconstruirte a ti mismo.

 

En el proceso de deconstrucción de la mujer se visualiza claramente quién está enfrente. En el caso de los varones que asumimos la necesidad de deconstruir nuestro lugar de hegemonía, tenemos esa complicación adicional. No digo que es más difícil o más fácil. Porque al mismo tiempo uno, siendo parte de esa estructura, fue reproduciendo aquello que visualiza como algo que quiere disolver.

 

Lo primero que uno como padre tiene que trabajar activamente es ir disolviendo esos lugares comunes de los que uno ha sido parte y de los que no puede zafar. Es un trabajo de dimensionar lo que uno entendía como atributos “naturales”, como los roles que tienen que ocupar el papá y la mamá en la familia. Ese es el primer lugar que amerita una deconstrucción radical: no hay roles porque no hay nada natural. Se trata no de barajar y dar de nuevo, porque para eso la deconstrucción necesita primero generar un trabajo de disolución política que comprenda que esos lugares que históricamente el varón y la mujer fueron adscriptos son lugares que suponen un ejercicio de poder.

 

Segundo, en relación a eso, hay que entender que todo es político. Como varón, si uno decide no levantar los platos de la mesa, está generando un acontecimiento político. En tercer lugar, un cambio en la gramática familiar. Es muy importante que los hijos no escuchen al padre decirle a la madre ¿te ayudo a limpiar la casa?. Si no es como dar por supuesto que hay roles inscriptos previamente y que corresponden a una cuestión de género.

 

Creo que cuando ciertas construcciones son muy hegemónicas, el primer paso en el proceso de deconstrucción –nietzscheanamente te diría- es a martillazos. En eso no se puede ser light, porque no alcanza. Está tan adherida, tan instituida la lógica hegemónica, que primero hay que hacerla tambalear. No por algo Nietzsche decía que sólo se puede hacer filosofía a martillazos. No se trata de cuestionar lo que todo el mundo visualiza como cuestionable, sino cuestionar lo incuestionable. Esa es la gran afrenta de la filosofía de la deconstrucción: cuestionar ese sentido común que está demasiado instalado y que nos hace creer que no tiene sentido cuestionarlo.



El avance del fascismo

 

-¿Cómo lees el avance del fascismo en Latinoamérica, con el surgimiento de personajes como Bolsonaro, capaces de despertar una violencia dormida en la gente común? ¿Hay un fascismo social latente?

 

 

En la Argentina hoy está circulando, como graffiti y en las remeras, un stencil que dice “No sos vos, es tu marco teórico”. Hay algo del marco teórico ahí, que divide dos posturas. Hay una postura que supone que hay una violencia natural en el ser humano y que lo que llamamos la cultura es una forma de salirse de esa naturaleza violenta. Estoy pensando en una autora fundamental como es Simone Weil, para quien el amor es siempre revolucionario, porque es ir en contra de uno mismo. Para Weil, amar es retirarse para que el otro sea. Es un poder tan extremo que va en contra de uno mismo. Pero eso supone que hay un aspecto propiamente violento o de expansión de lo humano, en el sentido más spinoziano, de perseveración en el ser. Uno está buscando perseverar, entonces acomete contra el otro, lo des-otra en función de su necesidad. Allí la política juega el rol de interrupción de esa expansión de poder. ¿Cómo sería una política que apuesta más a la retracción que a la expansión? ¿Cómo sería un proyecto político pensado más desde la pérdida que desde la ganancia?

 

 

-Como el lema de «La Patria es el otro» que pronunció Cristina Fernández…

 

 

Claro, en Argentina el eslogan “La Patria es el otro” rompió todo. Además que no surge en las bases, lo dice una Presidenta, y en el marco de uno de los temas más conflictivos en la memoria argentina que es la Guerra de Malvinas. Cuando Cristina tira “La Patria es el otro” está hablando de los veteranos de esa guerra, que son los grandes soterrados de la memoria argentina. Nadie habla de ellos porque nadie banca contar la historia oficial desde la derrota. La gran mayoría esos ex combatientes se suicidaron, esa es una historia no relatada.

 

Entonces esta política, si está en función del otro, demuele sus propias fronteras. O por lo menos las hace móviles, en permanente estado de transformación. Lo que pasa si caes en Simone Weil (no lo digo como un problema) es que hay un elemento religioso. Porque eso de ir contra uno mismo, de interrumpir la expansión implica como…

 

 

-¿Un sacrificio?

 

 

Bueno, no lo iba a decir, pero sí, un sacrificio. El sacrificio, como dice Derrida, no deja de tener una intención de ganancia. El sacrificio, que se supone que es por el otro, no deja de tener una intención donde uno termina quedando bien con uno mismo. “Me sacrifiqué”… ME. Realmente priorizar al otro es otra cosa.

 

Hay otra línea, más foucaultiana, que entiende que todo es codificación. Y que incluso la idea de una violencia natural supone estructuras previas en las que estamos adscriptos. Toda subjetividad es construida, entonces no puede haber ningún resabio de algo natural. En la línea biopolítica todo supone dispositivos que van reconstituyendo nuestra subjetividad. Es otra lógica, se trata de romper el lenguaje, de salirse del lugar de esos dispositivos. No sé si es más fácil o más difícil, pero es otra manera de diagnosticar la situación.

 

En un caso supone la idea de algo propio de lo humano que se pone en juego, frente a lo cual generar un acto cuasi-religioso o teológico-político de interrupción de esa lógica del poder; y en el otro es entender que hay dispositivos permanentes que van reconstituyendo lo que somos.

 

La pregunta ahí es cómo poder, al interior del dispositivo, encontrar la forma de que este implote.  A la vieja manera zapatista, de pensar la implosión del sistema desde el sistema, porque no hay un “afuera” del sistema. Creer que hay un afuera del sistema, es parte del sistema. Es como ese el histórico final de Matrix 2, cuando el Arquitecto le dice a Neo: vos sos una creación nuestra y somos tan poderosos que hasta te hicimos con el don de que nos puedas ganar. Si no, no tenía sentido. Fíjate que Neo gana al revés, recuerden que el Arquitecto le dice: si sales por esta puerta, salvas a tu pueblo y al mundo. Si sales por esta otra puerta, salvas a tu novia. Las cinco veces anteriores, Neo había elegido salvar al mundo y por eso perdió. Ganó cuando rompió con la lógica, fue a donde no debería ir, que era salvar a su novia. Y ahí pasamos a Matrix 3, le ganó al Arquitecto, rompió lo previsible.

 

En la política hay algo de eso, es muy previsible. En esa línea, la revuelta feminista es hoy, para mí, el único movimiento que ha sacado la pelota de la cancha. Ha marcado otro horizonte, en términos de representatividad, de deconstrucción de la política tradicional, de repolitización de la existencia. A mí lo que más me erotiza de la revuelta feminista es entender que todo es político. Que un docente dando clases es política, que subiéndote al metro y dejando pasar a una persona hacés política. Eso lo ha recuperado la revuelta feminista.



La pasión y la razón

 

 

-Cierta vez, entrevistando a Galeano, me dice que dentro del sinsentido del universo que nos convierte en piedras flotando en la nada, la pasión le daba sentido a todo… ¿qué valor le das a la pasión en lo que haces?

 

 

Aquello de lo que padecemos quienes hacemos deconstrucción es que todo depende del marco teórico. Todo depende del chip, de la caverna en la que uno esté. En nombre de la pasión podemos justificar los más grandes movimientos emancipatorios o podemos justificar los más grandes movimientos nazi-fascistas. Ni hablar cuando se cruzan la pasión y la razón, que venimos sosteniendo como una antinomia. Lo interesante es hasta qué punto la razón no supone, previamente, un fuerte apasionamiento. La razón no se justifica a sí misma, necesita –evidentemente- un credo. El credo no tiene que ver con los resultados objetivos. La racionalidad es un aspecto más del ser humano y es el que nos ha totalizado. Ha impuesto su lógica como si fuese la lógica propia de la naturaleza humana.

 

El nazismo es mucho más un proyecto de realización y despliegue de la racionalidad instrumental que de aquellos elementos que la propia razón construye como lo pasional. Lo fácil para los republicanos es pensar al nazismo como barbarie. El nazismo es la implementación más pura de la industrialización racional al servicio de la destrucción del ser humano.  Yo fui a los campos de exterminio a hacer un trabajo de investigación. Cuando entré a Auschwitz, entré a una fábrica. Como decía Hanna Arendt, en Auschwitz no se moría, se fabricaban cadáveres. Fábrica es industrialización, industrialización es un dispositivo que piensa la producción al menor costo y al menor tiempo de la mayor cantidad de productos. Lástima que en este caso eran cadáveres, pero la lógica es la misma, produzcas cadáveres o produzcas jeans. ¿Ahí cuál es la lógica? El imperio de la racionalidad instrumental por sobre las finalidades de la existencia. Sobre todo, sobre el gran ausente de la política que es el otro.

 

El tema con la pasión es desde qué lugar uno la derive. ¿Por qué no pensar que nuestras pasiones también están dirigidas o direccionadas? La locura en el fútbol, por ejemplo. Es una pasión hermosa y bella por un lado, pero por otro lado es una pasión absolutamente funcional a todas las series de tramas propias de nuestro capitalismo post-global. La espectacularización del fútbol es uno de los tantos vórtices que hacen a la espectacularización de la vida cotidiana.

 

A mí me parece que cuando hay un imperativo fuerte de lo racional, la pasión es contestataria. Y está buena, ahí estoy con Galeano, porque supone una narrativa de la resistencia. O sea, Nietzsche y su lectura de Apolo y Dionisio: cuando el mundo se vuelve muy apolíneo, lo dionisíaco te salva, porque te vuelve al cuerpo, a la pasión. Ahora, Dionisio puro es un desastre. Al mismo tiempo, en nombre de esa pasión se instalan lógicas muy violentas. Esa es la naturaleza ambigua del ser humano.

 

Yo le rehúyo, en general, a los lugares fáciles. Más a estos binomios: razón/pasión, mentira/verdad, bien/mal… allí, siguiendo a Derridá, les empezás a encontrar a todos límites imprecisos. Cómo la razón tiene tanta fuerza porque está sostenida en un lugar pasional o cómo vas a encontrar en cualquier pasión, siempre, una lógica. Entonces, lo que parece algo tan distintivo suele ambiguarse.

 

Del fútbol y el ser-en-el-mundo

 

 

-Sé que te gusta el fútbol, eres un reconocido hincha de Estudiantes de La Plata. ¿Cómo uno puede legitimar el amor al fútbol sabiendo que hoy desata pasiones destructivas?

 

 

Yo soy un converso en el fútbol, soy un caso raro. Nací hincha de un equipo, por una cuestión filial: padre, barrio, a cuatro cuadras estaba mi equipo, Atlanta. Equipo del Ascenso, que tuvo muy pocas experiencias en Primera. Y, en algún momento, me convierto a Estudiantes, porque me apasiona. Y te digo “me apasiona” porque me identifica cierto ser-en-el-mundo. Sale campeón en el año ’82 y me fascina encontrar a toda la Argentina en contra de Estudiantes. A mí me resultaba, con 14 años, incomprensible cómo se iba construyendo una hegemonía anti-Estudiantes, pero igual salía campeón. Ese fue un Campeonato Metropolitano que jugaron hasta el último partido, con un equipo bien representativo de la escuela bilardista. Lo dirigía Bilardo, de hecho. Del otro lado, Independiente de Avellaneda, bien representativo de la escuela menottista: jugaba Bochini, ganaba cuatro a cero en todos lados. Estudiantes ganaba uno a cero, pelota parada y se colgaba del travesaño. Y sale campeón, pero yo tengo todo un análisis de que el fútbol es el único deporte en el cual los más débiles pueden ganar. A larga, en un partido de básquet, el equipo que tiene más presupuesto que el otro termina ganando. En el fútbol siempre existe la posibilidad de que, al filo de la ley, el equipo con menos presupuesto logre triunfar. Entonces me genera una identificación porque veo ahí un trabajo más colectivo: trabajan en función de que un equipo que pueden tener mil por ciento menos de presupuesto que el de un equipo millonario, salga campeón. Eso le pasó a Estudiantes, fue el primer equipo chico que salió campeón del mundo en 1968. Con esa forma de jugar al fútbol, que todo el mundo cuestiona, porque le llaman el anti-fútbol: hace tiempo, mucho foul, no le interesa el lirismo. Estudiantes ha ganado campeonatos jugando a la pelota parada, porque sabe que tiene un lanzador y un tipo que adentro del área la mete.

 

¿Por qué no vas a usar esos recursos para ganar si lo que buscás en el fútbol es eso? Se ha hecho de estudiantes el gran chivo expiatorio de un fútbol que no quiere verse a sí mismo como uno que hace cualquier cosa para ganar. Entonces lo fácil es decir: ahí están los de estudiantes, que son resultadistas. Pero el otro día, Gremio que se supone que es el fútbol lírico, brasilero, contra River hizo mucho más tiempo que ningún equipo del catenaccio.

 

Es algo que además se repite en la política, encontrar un chivo expiatorio en el cual sublimar todas tus mierdas. Entonces no te hacés cargo de lo tuyo. Vos sos el que jugá bien el fútbol, estás ganando uno a cero, te están cascoteando el rancho… la pelota la tirás a Japón. Y sin embargo, el anti-fútbol siempre es el otro, tú no quieres asumirte en ese lugar. A mí siempre me convocó, en todo lo que hago, ese lugar provocativo. Para mí, ser de Estudiantes es ser irreverente. Por eso mismo soy peronista en la Argentina, por eso hago filosofía. Me siento más convocado por esa forma de ser en el mundo.

 

Uno tiene que convertirse, una vez en la vida, de club. Hoy el fútbol se volvió una nueva religión, construye más identidad que el catolicismo o la Patria. Un hincha de Universidad de Chile o Colo Colo es más hincha de su club que de la Roja. Cuando Sabella (técnico que viene de Estudiantes) llegó a la final del Mundial con la Selección el 2014, los hinchas de Gimnasia –rival histórico de Estudiantes- festejaban que Argentina no saliera campeón, lo leí en las redes. Yo entiendo que el fútbol es pasión como un trasfondo previo cn el que uno llega al mundo, pero estaría buenísimo tener siempre la opción. Del mismo modo en que tú pudiste haber nacido en una familia de izquierda o católica y dijiste no, si naciste en una familia de Colo Colo puedas decir no, porque elegís un proyecto.

 

 

 

El punto final: la muerte

 

 

-Viniendo para acá, en el metro, la conductora nos avisa a quienes veníamos en uno de los trenes, que éste se detendría un tiempo porque alguien se había «precipitado a las vías y aún estaba ahí». Todos sabíamos que hablaba de alguien muerto, pero no… era un cuerpo en las vías. ¿Por qué tanto eufemismo para referirse a la muerte?

 

 

Para la filosofía, la muerte es el origen de su propósito. Es su vocación original. Se hace filosofía para tratar de sobrellevar la contingencia de la muerte. El móvil último de hacer filosofía no es tratar de comprender por qué tenemos que morir, sino sabiendo que nunca vamos a comprender por qué nos tenemos que morir, sin embargo, nos seguimos preguntando. Esa es la paradoja constitutiva de la filosofía: busca un saber que sabemos nunca vamos a alcanzar. Que es diferente a decir “me voy a morir, no me la banco, quiero entender por qué”… esa es la forma más canónica. Hoy dimos una vuelta más, que es decir: “nos vamos a morir, no sabemos  por qué, queremos saber por qué, sabemos que nunca vamos a saber por qué, pero no podemos dejar de preguntarnos”. Ese excedente improductivo, que es absolutamente al pedo que te sigas haciendo preguntas que no tienen respuesta y sin embrago te las hacés, eso es la filosofía.

 

La muerte, pensada de ese modo, se corre de lógica. Si pensás a la muerte en términos productivistas, como pensás todo lo que hacés en términos productivistas porque naciste codificado bajo el valor de la productividad, pensás que así como la silla sirve para sentarse, la vida sirve para algo. Y a todo le inculcás el valor del servilismo o de la servidumbre, que todo está al servicio de. Cuando te corrés de ese paradigma, todo empieza a volverse más extraño. Ese extrañamiento hace que la muerte desde un lugar distinto.

 

A mí me gusta más pensar a la muerte no como lo que viene después de la vida, sino pensar a la muerte como un final. La muerte no es lo que viene después: no hay después. “¿Qué hay después?”, no tiene sentido la pregunta. Porque si pensás en después es porque pensás que la vida continúa y vino la muerte a interrumpirla… la muerte no vino a nada, porque la vida no continúa. Le tememos tanto a la muerte que la evadimos, la soterramos, la ocultamos. Platón decía que la filosofía es un ejercicio para la muerte. Ese ejercicio improductivo te reconcilia con el aspecto más abierto de la existencia, porque es absolutamente ilógico haber nacido, ser y más ilógico tener que morir. Si la vida es como un poema, la muerte es el punto final.

 







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