Lorena Herrera (Filósofa y dramaturga): «La infancia es un modo de vivir, de pensar, de asombrarse»

Lorena Herrera Phillips es filósofa, dramaturga y docente. Fue en la Universidad de Chile donde se organizó con otras compañeras para investigar la estrecha relación que existe entre la Filosofía y las niñas y niños. Quisimos conversar con ella sobre «este territorio de la infancia» al que -nos señaló- podemos regresar si dejamos de pensar en un tiempo cronológico lineal y pasamos a uno circular.


Por Miguel Fauré Polloni

 

 


-Señalas que la filosofía es una experiencia de asombro, de sabor por el saber, ¿por qué los niños pueden conectar con eso más allá de su edad? En el fondo, ¿cómo un niño hace filosofía?

 

La pregunta es buena porque nos lleva a algo importante y profundo, y es “el lugar» de la Filosofía. La cultura occidental, patriarcal, post Sócrates, instauró esta separación de la Filosofía y la infancia. ¿En base a qué? Al principio de razón de los griegos que pertenecían al llamado Siglo de Oro. Pero antes no era así, Heráclito -un filósofo presocrático al que llamaban “El Oscuro”- formulaba ideas tales como que “Dios es un niño que juega a los dados”. O sea, el pensamiento presocrático se permitía ideas como azar, caos, infancia. Cuando viene lo que llaman el “salto del mito al logos”, es decir, la idea de que hay un orden, una razón para todo, se separa la infancia del pensamiento y se genera la falsa idea de que los niños y niñas no son capaces de razonar. Y claro, no razonan tanto, pero sí piensan mucho más que las y los adultos.

 

Respondiendo más directamente a tu pregunta, los niños y las niñas piensan más que razonan. Razonar es seguir códigos culturales. Pensar es abismarse, asombrarse ante esos códigos, es imaginar, es preguntar. Se razona con códigos y se piensa con el cuerpo. Humberto Giannini, un gran filósofo chileno, decía: “El saber viene del sabor”. Es cosa de acordarnos de nuestra infancia y cómo nos saboreamos la vida entonces.

 

 

-A nivel coloquial se suele decir que cerca de los 4 años de edad los niños entran en la “edad de los porqué”. Aparece el conector porque con toda su fuerza, aparece una relación causal que pareciera desbordarles y desean hilar todo lo que pasa en el mundo. ¿Hay que decirles el porqué que buscan saber o no será eso una forma de implantarles la verdad?

 

Todo esto es muy cultural ¿Qué sucede a los 4 años? A los 4 años comienza con mayor fuerza la “escolarización”. Esto es, cuando a niños y niñas muy pequeños les dicen en las escuelas frases como: “ustedes ya no son guaguas, ustedes ya son grandes, tiene que portarse bien como niños grandes”. Es coloquial pero terrorífico. El ser humano “viene” muy animal, por así decirlo. Es un ser que utiliza y se relaciona con la vida desde todos sus sentidos, que claramente son más que los cinco que dijo Aristóteles y que aún nadie es capaz de rebatirle con fuerza. Entonces imagínate, un ser que no ha sido disociado de “LA Vida” de pronto comienza a ser exiliado a la fuerza. Es realmente un sinsentido, es lógico que ese ser humano pregunte por qué. ¿Por qué vivimos así?. Es lo mismo que se pregunta Nietzsche –un admirador de la infancia- en un ensayo maravilloso llamado “Sobre verdad y mentira en sentido extra moral”: ¿Por qué el ser humano se empeña en crearse una realidad, una moral, una verdad que solamente lo encarcela y lo daña?

 

 

-En La infancia no es un comienzo afirmas que la infancia es un territorio que nos ha sido despojado y que incluso de adultos podemos volver allí. ¿Cómo podríamos hacerlo? ¿Es el arte, por ejemplo, una experiencia que –a veces sin querer- nos lleva a un estado emotivo de asombro similar al de la infancia?

 

Claro, la infancia no es un tiempo cronológico, no es una edad. Hay niños y niñas hoy de 7 años que no tienen derecho a vivir su infancia, que es el único periodo de la vida en el que este ser humano se inventó, como regla, que podía hacer muchas más cosas por el solo hecho de ser niños o niñas. Luego de esto no se puede, porque somos adultos y ahí la vida es seria y racional. Muchos niños y niñas viven como adultos por diversas razones, principalmente económicas. Hace una década ha venido avanzando con fuerza la anulación de la infancia, a nivel más tranversal, con niños y niñas dando exámenes de admisión para entrar al jardín o leyendo, sumando y restando a los 5 años ¿Para qué?.

 

La infancia es un modo de vivir, no tiene que ver con la edad. La infancia es un territorio que la sociedad nos permite –a veces– habitar hasta que dejamos  de ser niños y niñas. ¿Cuál es ese modo de vivir? El que hemos venido conversando: el modo íntegro, que no separa el cuerpo de la mente, la razón del espíritu. Un ejemplo claro de este habitar desde el arte es Violeta Parra. Cuando Violeta escribe un telegrama a Dios para pedirle que deje de meter miedo con los temblorcitos  -y luego viene en respuesta el gran terremoto- no está haciendo una performance: Violeta Parra está escribiéndole a Dios. ¿Por qué lo hace? La respuesta es ¿por qué no debería hacerlo? Seguro alguien piensa porque no tiene sentido, porque Dios no existe. Bueno, en la infancia, en ese territorio, el sentido es más libertario, no es racional, no hay una verdad y una mentira externa. La verdad es lo que es. Por eso pienso que el día que triunfe la revolución será cuando se unan niños, niñas, viejos y viejas. Esas cuadrillas serán imparables.

 

 

-¿Cómo vinculas tu propio trabajo dramatúrgico con la experiencia del asombro infantil?

 

Qué bonita pregunta porque, en general, las personas encasillan o separan los quehaceres. Yo he hecho un trabajo profundo conmigo misma gracias a mi relación desde la filosofía con niños y niñas. Es complejo decontruise, más si vienes de formación filosófica que es demasiado racional para mi gusto. Como dramaturga y gracias a este “pensar con el cuerpo”, he afinado mucho los sentidos, sobre todo el oído. Mis obras están construidas en base a historias reales y cotidianas, diálogos en la micro, de la calle. Si caminas por la calle, si andas en metro y micro y no te asombras, realmente debieras preocuparte.

 

 

-¿Visitas tu propia infancia? ¿Cómo has recuperado ese territorio? ¿Qué le aporta a la Lorena adulta la Lorena niña?

 

Acá viene un poco mi pasión por la física. En el liceo me iba pésimo en física y matemáticas porque me habían programado la cabeza para creer que era “humanista”, entonces que era “mala para los números”. Saliendo me di cuenta que no, me empecé a apasionar por la astronomía y aprendí mucho de un amigo que era astrónomo y me enseñó mucho en aquellos años. ¿A qué voy? A que he logrado salir de la idea de “tiempo lineal cronológico”. Creo más en un tiempo circular, como muchos pueblos originarios. La Lorena de mi niñez, la de ahora, que es madre, y la de la vejez conviven de algún modo, se cuestionan, se dan datos (risas)… se pelean a veces, se ayudan mucho.

 

Habitar el territorio de la infancia es una posibilidad que tengo gracias a los tres tiempos de mi existencia, eso me ayuda a construir mi verdad y poder jugar con ella, no tomarla tan en serio… estar siempre pensando que «Dios es un niño/niña que juega a los dados”

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